lunes, 16 de abril de 2007

Reflexión


Qué tan dispuestos estamos a sufrir por alguien? ¿Cuál es el límite? La respuesta es personal e intransferible.

La egoísta sensación de merecer que surge por el hecho de dar, no es siempre egoísmo o utilitaria generosidad, sino auténtica dignidad.

Cuando damos lo mejor de nosotros mismos, cuando decidimos compartir nuestra vida en intimidad, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos nuestra alma hasta el último rincón,

cuando perdemos toda vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión, existe merecimiento.

Por supuesto que merecemos en virtud de honesta y franca dignidad.

Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración, vileza del ser, o, en el mejor de los casos, ligereza.

Cuando amamos a alguien que, además de no correspondernos, desprecia nuestro amor, estamos en el lugar equivocado.

Definitivamente, esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. Con una nueva conciencia la disyuntiva empieza a dejar de serlo, la cuestión empieza a hacerse clara y transparente, obvia: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy.

Nadie de corazón sensato se quedaría tratando de agradar o disculpándose por no ser como les gustaría a los otros que fuera. R.W. Emerson lo expresó de sublime manera: “La verdad es más hermosa que el fingimiento del amor”.

3 comentarios:

Sandra S. dijo...

Hola, me habia perdido de lo bueno..creo que una tiene que retirarse con la frente en alto, antes de que nos avergoncemos de algo que vamos hacer.Si nos quieren...bueno, si no tb.
Caho y cuidate, nos estamos comunicando.

Maqui & Violetas dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con este señor R.W. Emerson.
Y, es tan lindo y tan riesgoso desnudar el alma. Pero ya lo hice ;-)

Saludos,

Melissa

Sandra Perez dijo...

Me dejaste sin palabras, sobre todo por lo cerca que me toco el tema... Besosssss.